Alabo el secreto del universo,
tan distante y tan cercano. Admiro su única verdadera creación, pues enamorado
me encuentro de aquel exquisito contoneo de caderas que solo una fémina puede
realizar. El hombre, mero acompañante, no pasa por alto el hecho de que hay
cuerpos que solo se deben y desean rozar, como queriendo desfilar sobre ellos
pero sin afectar su estabilidad. Y la historia se repetirá una y otra vez,
hasta que en el fin de los tiempos, se sabrá que el único propósito de esta
vida, aquel que muchos buscan con afán, se encuentra frente a los ojos de
cualquiera que decida graduar su vista y cambiar la óptica de su horizonte. Aclimatar su perspectiva a una más real, más
tangible. Y en ese ínfimo instante de clarividencia, sabremos que el fin en realidad
no es la culminación del placer, pues ya saciados nos encontraremos.
Tendremos la certeza de que el propósito
de nuestra existencia, se puede encontrar nada menos que en las curvas de una
mujer.