En la vida existen miles de sanciones descubiertas y otras
tantas por descubrir. Pero qué tanto se sabe o se sabrá sobre la única
sensación capaz de hacer sentir dios a un hombre. Rozar un cuerpo femenino se
asemeja al sonido que provoca el romper de las olas de un mar desierto. Sentirse
vencedor en una batalla que se sabe perdida, pues ante tales seres nos proyectamos
guerreros cuando en realidad somos tan solo unos prisioneros. La piel femenina,
siempre suave siempre dispuesta a
ofrecer calidez, imita y crea una especie de ritual sagrado. Adentrarse en él
es una tarea que no todos saben cumplir, porque lo especial no reside en una
entrada presurosa, carente de un sentimiento que solo una fémina puede producir
en el hombre, mero mendigo de aquella anhelada piel, sino en entender lo
efímero que resulta el momento, porque solo ahí podrá comprender cuánto
aprecian las damas al menos un poco de sensatez lujuriosa.
Seamos hombres, seamos caballeros, seamos tan solo creadores
de placer.