lunes, 13 de abril de 2009

Aquella Noche

Lunanueva-LLuviaFedericoGLorca710 Los árboles, sus ramas y hojas disfrutaban y padecían, de aquella tempestad que estaba cayendo. Las aves que hace solamente horas atrás cubrían todo el cielo ya se habían refugiado en algún lugar solitario de la ciudad, donde no pudieran ser sacadas por cualquiera. Los padres que llevaban sus hijos a pasear con la mascota por el parque, ahora estaban en su casa junto a la chimenea reconfortándose con el calor de la llama que se producía con la ayuda de leña. Eran altas horas de la noche, la lluvia había ahuyentado a todas las personas que visitaban el parque horas atrás. Un momento perfecto para los dos; ella me esperaba sentada en el banco de concreto que se situaba al lado de un inmenso árbol, con muchas raíces, cientos de hojas y ramas.

Vestía un jean, zapatos deportivos negros, una camiseta blanca y una chaqueta de color negro, se veía sencilla pero hermosa, algo que la caracterizaba siempre como una chica esplendida. Ella giraba su mirada de un lado a otro por todo el espacio, creo que pensó que tal vez no llegaría, aunque se notaba totalmente desapercibida de la lluvia que bañaba su cuerpo, mientras yo me acerque lentamente y sin hacer ruido por su espalda, le cubrí los ojos con mis manos y le bese la mejilla. Ella se sorprendió pero con su delicadeza se quedo inmóvil. Le tendí mi mano, ella la tomo, sentí su piel fría, y nos dirigimos silenciosamente por el césped, pisado completamente por los que transcurrían en ese lugar a cada rato. Dimos un paseo suave por todo el espacio tomados de las manos y por primera vez nuestras miradas dejaron de evadirse; nuestros cuerpos estaban totalmente empapados. Los columpios se movían a causa del viento que los aventeaba, los grandes orificios de los toboganes descargaban montones de aguas que caían por su parte superior; todo era tranquilo y paciente como nos gustaba siempre. Luego regresamos hacia aquel banco al lado del árbol inmenso donde ella me esperaba hace media hora antes; aún el silencio que acostumbrábamos siempre, seguía reinando entre nosotros, no desaparecía y era lo que se quería lograr aquella noche.

El silencio siempre había sido el triunfador en todos nuestros encuentros, a lo mejor como éramos muy similares de personalidad, en cuanto a que solíamos ser callados, reservados y silenciosos. Al estar parados frente al árbol de muchas ramas, cientos de hojas y numerosas raíces que suponía podían llegar a kilómetros debajo de la tierra. Nos detuvimos, nos soltamos de la mano, la gire y quedo en posición de espalada hacia el árbol, aparte algo de cabello que se había colado en su cara por el viento, y acerque mis labios delicadamente para que se adentraran en los suyos. Sus labios eran fríos, delgados, algo tensos al principio pero luego suaves y relajados, sus manos se levantaron hacia mi parte superior, donde las sentí en mi cabellera, las mías seguían inmóviles en su cintura. El beso no pudo haber durado más de 5 minutos, pero fue lo suficiente para que se creyera y se sintiera tenso, suave, ligero y lento. Nos separamos delicadamente uno del otro, acaricio mi rostro con sus manos frías y yo tome la suya con mis manos, y nuestras miradas se encontraron por segunda vez. Sus ojos azules destellaban mas brillo que nunca. Las palabras aquella noche sobraban, porque cuando los sentimientos se unen todo lo demás queda omitido.

Deigar Miranda