El destino nos ha
llevado a conocernos esta noche, en una sola velada. El baile nos guía con
parsimonia, mientras una canción suave, de esas que agobian el alma, suena al
fondo de la pista. Te tomo con lentitud
de la cintura, acerco mi cuerpo al tuyo con una timidez del que se adentra en
terrenos desconocidos, tú colocas tus brazos sobre mis hombros y unes tus manos
por detrás de mi cuello. Siento tu cálido aliento en mis facciones, te miro y
sonrío; ruborizada porque nuestros rostros se encuentren a tan solo centímetros
de distancia, bajas la cabeza. Apoyo la mía en tu hombro izquierdo, y comienzo
a susurrar un tintineo que va al compás de la canción, tal cual música
instrumental creada con la boca. Te sientes osada y me besas el cuello; me
estremezco bajo el contacto de tus labios. Mientras mi piel erizada intenta no
expresar el despertar de mi placer, levanto la cabeza y nos miramos. Tu piel
morena causa en mí sensaciones extrañas. Tomamos valor y procedemos al tan
anhelado contacto. Acercamos nuestras bocas con lentitud, apreciamos el
instante en que sentimos la respiración del otro y nos atrevemos. Tu boca se
abre a la mía y comenzamos un beso suave, que por instante incremente en
intensidad, nos apretamos el uno al otro y notamos cuánto queríamos aquel
acercamiento. Nos besamos como dos enamorados, encarcelados en una lujuria espontánea
y en una atracción primeriza.
Solo horas han pasado
desde nuestro encuentro, y ya me siento enjaulado en tu ser. Desde ahora solo
quiero pertenecerte, y por ende ser fiel a tu piel.